Ferran Adrià se atropella al hablar. Su intensidad mental y su capacidad creativa van más rápidas que sus palabras. Poder observar de cerca cómo piensa, cómo expresa sus ideas, cómo crea e imagina a cada segundo es un espectáculo. Aunque a veces casi no se le entienda.
Conversamos con él de forma improvisada sobre creatividad, sobre diseño, sobre lo que cuesta sacar adelante las cosas. Su claridad abruma. En cuanto le preguntas reacciona y tiene una posición clara. «¿La creatividad? La creatividad hoy en día es innovación. Es un término que siempre está cambiando. Al final es una actitud delante de la vida, buscarse la vida. Es querer hacer cosas. Lo que cambia son las consecuencias. No es lo mismo crear un plato que cambiar el paradigma de la cocina. No es lo mismo hacer un nuevo logo que inventar un nuevo alfabeto». Él es así, directo y contundente. Sabe donde está la esencia de la creatividad, pero convive con ella en una calma total. «Yo intento trasladarla de una manera muy normal. Que no me coma la creatividad».
Para entender cómo funciona una mente creativa como la suya es necesario ver el documental El Bulli Cooking in Progress, donde se pueden atisbar los caminos creativos, «la emoción creativa». Una emoción que él desmitifica. «Si ves los vídeos estábamos tan normal. Tirábamos la basura, limpiábamos, buscábamos cosas nuevas… tiene que estar en tu ADN como algo normal. Por ser creativo no eres superior. En general, creo que no solo en España, sino en todo el mundo ha habido una cierta magnificación del tema». Relativiza las cosas, pero tiene claro que hay niveles y sabe ver las diferencias y valorarlas. «No es lo mismo una persona que crea una vacuna contra el cáncer –este sí se puede creer medio Dios–, que un cocinero que hace un plato o un diseñador que diseña un logo».
Adrià sabe ponerse en el sitio que le corresponde. Con un poco de modestia, como diciendo ‘tampoco es para tanto esto de la cocina’. Digamos que su propio ego no es lo que más le preocupa. «El ego creativo es lo peor que hay», dice y nos explica sus argumentos: «El 99% que de los profesionales que ejercen la creatividad quieren cambiar el paradigma de su profesión. El que diga lo contrario, miente. Es decir, un pintor quiere ser Picasso, un arquitecto quiere ser Le Corbusier… ¡Es que es humano! Lo que pasa es que si no consigues esto has fracasado. Y no es así –dice–. En nuestro caso, si la gente nos analiza verá que nosotros no buscábamos nada de todo esto. Nosotros siempre buscábamos ser felices y el éxito ha sido consecuente. Yo siempre digo que busques la felicidad, no busques el éxito. Esto es importante». Gran recomendación, y tal vez, la respuesta a este mundo tan convulso en el que vivimos. «Por eso hay tanto desquiciado. Conozco a más profesionales que son felices trabajando en un sitio sencillito y no que tienen tres estrellas Michelin. ¿Por qué? Porque han entendido que ese es su nivel y son felices dentro de su nivel. Y tienen su eguito para hacer las cosas. También es verdad que gracias a este ego creativo excesivo, hay gente que cambia la historia de las cosas. Es necesario, pero es un concepto muy duro, muy dramático en el que la mayoría de gente se queda en el camino».
Siempre hemos pensado que los cocineros son la máxima exponencial de la creatividad. Tienen que pensar en todos los sentidos, diseñar para todos los sentidos: vista, gusto, olfato, sonido… emoción. Tal vez, por ello, Ferran sabe de diseño gráfico, de comunicación visual y convive con los diseñadores como algo habitual dentro de su cocina. Tanto que en 2006 le otorgaron el prestigioso premio internacional de diseño Lucky Strike (el año anterior lo recibió Philippe Starck): «Yo pensé. ¿Por qué coño nos dan un premio de diseño? Pues porque reconocían que con diseñadores, de tú a tú, trabajando conjuntamente nos importaba el continente. En un restaurante como El Bulli, que es muy pequeño, teníamos nuestra propia vajilla y la tuvimos que hacer sin moldes».
La relación que Adrià mantiene con los diseñadores es la que a todo el mundo le gustaría tener con sus cliente. Inicialmente, El Bulli funcionaba como cualquier otro cliente que pasaba un briefing a un estudio de diseño. Sin embargo, hubo un momento en el que se produjo un giro, «innovamos y cambiamos nuestra forma de trabajar», indica. Así, el equipo de diseño se integró dentro de la plantilla. «Estábamos conjuntamente y había una comunión entre ellos y nosotros y fueron trabajos fantásticos. Fueron momentos fantásticos».
La explicación está en que para Adrià el diseño es un factor que está normalizado en su día a día. Ha trabajado con diseñadores, con Claret Serrahima, por ejemplo, y también con gente joven como Marta Méndez, que en 2002 se encargó del libro de El Bulli: «Hicimos un libro de cocina totalmente negro, sin título. Hoy lo ves y dices, bueno… Pero es que esto no lo ha hecho ni Phaidon. Marta era entonces una chica que empezaba casi en esto del diseño».
Ferran siempre ha puesto al servicio de todo el mundo sus descubrimientos, sus caminos creativos, sus emociones. Por ello, cuando abordamos temas como los plagios, las copias, los CoCos, es muy directo: «Creo en la honestidad y en la ética, pero no es obligatoria» –indica–. «No es lo mismo un diseñador que trabaja en Perú que uno que trabaja en Madrid. No es lo mismo un joyero que un diseñador gráfico. No es lo mismo un cocinero que un pastelero. No es lo mismo un señor que hace nanotecnología que un señor que hace biotecnología, aunque pueda parecer lo mismo». Para Adrià, en esto no hay una reglas. «Vamos a poner un ejemplo: Philippe Starck. Yo conozco a Philippe, es millonario, por lo que podría regalar todo lo que hace o Madonna que podría no cobrar un disco… pero claro, un diseñador jovencito que no tiene para vivir si crea algo que de verdad es diferente, que no es fácil, tendría que tener un cierto reconocimiento y de alguna manera patentar aquello, algo que no se puede, porque es un concepto».
Y aquí llegamos al fondo de la cuestión. ¿Qué quiere ser uno en la vida? Afrontar los retos vitales es una de las grandes cuestiones, y para alguien como Ferran Adrià que viaja y conoce a multitud de personajes tiene claro cómo lo hizo él, pero también sabe que hay caminos diferentes. «Te lees el libro de Steve Jobs y era un tío durísimo. Yo no entiendo así la innovación. Pero no le fue mal. Sin embargo, ves a un tipo como Amancio Ortega que no quiere ningún protagonismo y es tan innovador como Steve Jobs. No hay una regla. Tú, ¿quién quieres ser Steve Jobs o Amancio Ortega? Tú decides. Tú, ¿quién quieres ser Philippe Starck o un diseñador más normal?».
Al Bulli no le ha ido nada mal, alguna fórmula, algún sistema de trabajo habrá existido para conseguir tener la relevancia que ha tenido. Adrià atribuye este éxito a su necesidad de creer en algo. Este factor es el que durante años le ha impulsado a crecer: «Mi experiencia es que pasé desde 1984 hasta 1999 ganando 1.200 euros al mes, trabajando 330 días al año, 15 horas cada día, creyendo en algo. No digo que la gente lo haga. Esto es lo que yo hice». Y continúa: «No conozco a nadie que para conseguir algo no haya tenido que trabajar duro. No hay una regla».
Nos despedimos de Ferran. Está claro que es una persona mediática, pero sobre todo es un tipo normal que no piensa de forma normal y que no cree en los resultados sin esfuerzo ni trabajo. Una experiencia interesante y extraña a la vez. Hablar con un cocinero sobre diseño y creatividad no es habitual.
Fuente: graffica.info